Un día como hoy, un sábado 23 de febrero de 1980, dí mi Examen de Admisión a la Pontificia Universidad Católica del Perú. Han pasado ya 44 años de ese muy especial momento, que marcó el inicio de una nueva etapa en mi vida y no quería dejar de evocarla en mi blog y recordar aquellos momentos anteriores y posteriores a aquel día.
Como ya le he señalado en reiteradas oportunidades en diversos posts, en 1979 concluí con mi etapa del colegio. Pero desde el mes de agosto, como ya era costumbre, comencé a prepararme en una academia pre-universitaria. Luego de ver diversas opciones -no habían muchas, como hay ahora-, me inclinaba por la Academia "La Sorbona", que estaba ubicada en la Av. Wilson, al frente de lo que hoy es el Centro Cívico. Mi viejo fue para averiguar y matricularme y luego de obtener información, vio que al costado había otra academia "Programa 2000", y entró y conversó con los directivos de dicha academia y al final, se decidió por ella. Al comienzo, lo quería matar a mi viejo porque yo quería prepararme en "La Sorbona", pero después el tiempo daría la razón. La preparación fue amplia y buena, y como el mayor porcentaje de los que estudiaban iban a postular a San Marcos, enseñaban todos los cursos. Pero, yo iba a postular a la Universidad Católica, a Derecho, y de acuerdo al prospecto que me dieron el día que fui a inscribirme, el examen no iba a incluir materias vinculadas a ciencias -llámese física, química, biología, anatomía y materias similares. Como en todo examen de admisión, lo central era las materias de Razonamiento Matemático y Razonamiento Verbal, algo que en los colegios no enseñaban, y si uno no pasaba por una academia para aprender eso, era más que fijo que uno no ingresaría. Y también Letras -como Historia, Geografía y hasta preguntas de actualidad-, y un poco de Matemáticas, como Algebra, Geometría y Trigonometría. De esta manera, me preparé a conciencia, y cuando comenzó el año 1980, intensifiqué mi preparación. En las mañanas me encerraba en el escritorio de mi casa para repasar todo lo que pudiera, y en las tardes, eran mis clases en la academia "Programa 2000". Y en las noches, remataba con un repaso general. En Enero me tocó rendir dos simulacros de examen de admisión en la academia, y a Dios gracias, me fue bien, y me reconfortaba el saber que iba en la dirección correcta. Cuando comenzó febrero, entré en la cuenta regresiva. Y en mi salón de la academia, éramos solo cinco los que postularíamos a la Católica, ya que la casi totalidad postularía a San Marcos, dos meses después.
Desde que puse un pie en la Universidad Católica, siempre estuve seguro que ese era el lugar donde quería estudiar. Me gustaba lo amplio que era el campus universitario y el nivel que uno había escuchado que tenía. Dos semanas antes, mi viejo me contactó con un amigo suyo, que había sido profesor en la Católica, y me reuní con él y me dio varios tips y recomendaciones, que me sirvieron de mucho. En primer lugar, me recomendó que no llegara al sábado 23, con la angustia de estar repasando hasta el último momento. Me sugirió que el día anterior, el viernes 22, a una determinada hora, de preferencia al mediodía o a la 1 pm, terminara de estudiar y cerrara los libros, y ya no volviera a abrir u hojear libro alguno, y que me relajara en la tarde y saliera a caminar o al cine, ya que cuando uno pretende meterse conceptos o conocimientos a la cabeza a último momento, jamás permanecen allí. En segundo lugar, me recomendó que si me topaba con una pregunta que no supiera, que no me detuviera en ella y que pasara a la siguiente pregunta, y que al final, volviera a revisarla y que si no la sabía, que la dejara sin contestar y no me arriesgara, ya que si uno se equivocaba, la respuesta negativa era punto en contra y no cero. Muchas veces, esos puntos en contra marcaban la diferencia entre ingresar y no ingresar. Y en tercer lugar, que fuera tranquilo y no me pusiera nervioso y que fuese preparado a encontrar dificultades previas, cuya única intención era poner nerviosos a los postulantes y así comenzar con desventaja. Y con esas recomendaciones, me alisté para ese sábado 23 de febrero. Cuando llegó el viernes 22, exactamente a la 1:00 pm, puse punto final a mi preparación de casi siete meses para el objetivo final: ingresar a la Universidad Católica. En la tarde me puse a ver un poco de TV y en la noche, salí con mis viejos y mi hermano a comer un helado. Y me acosté temprano, sabiendo lo que vendría al día siguiente.
Sábado 23 de Febrero de 1980. Me levanté tranquilo y temprano y tomé desayuno con mis viejos, quienes tenían bastante expectativa. Y tras despedirme de ellos, me fui para la Católica, en Pueblo LIbre. Varios amigos de la promoción del colegio también se presentaban, tanto a Letras como a Ciencias, y eso nos permitió contactarnos ese fin de semana. Cuando llegué al lugar donde rendiría mi examen, en el Pabellón de Estudios Generales Letras, estaba bastante tranquilo. La hora fijada era a las 8:00 am, pero no comenzó a esa hora. Mi número de postulante era el 00633, y coincidencia o no, tenía que ver con el día de mi cumpleaños -el 3- y el año en que nací -el 63. Y desde el saque, ya habían postulantes que por la desesperación que comenzara el examen de una vez, ya empezaban a sentirse nerviosos. Recuerdo que los observaba con total tranquilidad y en mis adentros me decía a mí mismo: "Que se demoren todo lo que quieran", y así tener más rivales en desventaja para la competencia. A las 8:15 am, ingresamos al aula y nos sentamos y tras varios minutos de espera, nos entregaron los exámenes y tendríamos cerca de tres horas para desarrollarlo. A medida que iba leyendo y contestando, me iba dando cuenta que no lo estaba haciendo mal. Poco a poco, sin apurarme, fui avanzando en el examen. Pero llegó un momento en que me hizo dudar. Me topé con las preguntas de Geometría, y justamente, me dio en el pie que más cojeaba. Eran siete preguntas que no las sabía, y en esos momentos, por un lado, tenía en mi cabeza la recomendación del amigo de mi viejo, y por otro lado, el querer arriesgarse a conseguir uno o dos puntos más, que sirvieran en la nota final. Pero, no quise arriesgarme, y las pasé por alto, al inicio y luego en la revisión final. Esas siete preguntas de Geometría quedaron sin contestar, y a eso del mediodía, terminó el examen, y en mi interior sentía confianza que podía ingresar, pero por otro lado, me empezó a preocupar la posibilidad de quedarme afuera por esas siete preguntas no contestadas. Demás está decir que ese pensamiento me acompañó todo el día y hasta la noche, y no dormí tranquilo por eso. En la Universidad había escuchado que los resultados estarían en la noche o al día siguiente en la mañana. Preferí ir al día siguiente y que fuera lo que Dios quisiera.
Al día siguiente, domingo 24, me fui en la mañana y me encontré con varios amigos del colegio, pero al llegar a la universidad todavía no estaban los resultados, debido a algunos problemas con la computadora. La espera se hacía más larga y angustiosa. E informaron que estarían a partir de las 3 pm. Regresé a mi casa, almorcé con mi familia, y luego a las 2:30 pm regresé a la Universidad. Mis viejos -que parecía que ellos eran los que habían postulado por sus caras de angustia y expectativa- me dijeron que fuera tranquilo y que si la suerte no me acompañaba, que me quedara la satisfacción de haber dado todo mi esfuerzo y que con las mismas, me presentaría a dar examen de admisión a la San Martín. Y me dijeron que si ingresaba, seguro que me cortarían el pelo -era costumbre que a los "cachimbos", quienes eran los postulantes que ingresaban, les rapaban el pelo-, y cuando regresara se daría cuenta que había ingresado, y que si no, que me comprara un helado y llegara a la casa con mi helado y esa sería la señal. Me fui de nuevo a la universidad y me encontré de nuevo con mis amigos del colegio y cuando entramos al campus universitario, por la gente que salía, supimos que ya estaban los resultados y que estaban publicados en la Cafetería Central. Nunca sentí una caminata tan angustiosa, similar a la que siente un futbolista en una definición por penales, cuando camina de la mitad de la cancha hacia el área chica para patear el penal. Cada paso que daba, el corazón me latía a mil por hora y me temblaban las piernas. Llegué a la Cafetería y en las lunas de la Cafetería estaban pegadas las hojas con los postulantes y los resultados. Recuerdo que en la esquina derecha, aparecía la palabrita "INGRESO" o "NO INGRESO". Cuando busqué mi número, en principio dí con mi hoja, y vi que en esa página, nadie había ingresado. Bueno, había hecho mi mayor esfuerzo, y era lo que Dios quería. Pero en eso, ví bien y no era la hoja, y me había equivocado. Volví a ubicar la hoja donde estaba mi número de postulante -00633- y ahora sí la ubiqué y ví que solo tres personas de esa hoja habían ingresado. Respiré hondo y me acerqué a ver, estiré mi dedo a la parte izquierda donde estaba mi nombre y avancé lentamente con el dedo índice derecho, de izquierda a derecha en la hoja, y al llegar a la esquina derecha, vi la palabra "INGRESO". Y siempre conservo el puntaje que obtuve: Razonamiento Matemático: 616.1; Razonamiento Verbal; 571.6; Total: 1185.7. Orden de Mérito: 370. Me quedé paralizado en ese momento, y nuevamente volví a pasar una y otra vez por mi nombre y efectivamente había logrado mi objetivo: ingresar a la Universidad Católica. Sinceramente me albergó una emoción indescriptible y mis amigos se acercaron -ya varios habían ingresado a Ciencias y también a Letras-, y me preguntaron y al ver el resultado, todos nos abrazamos con emoción. Y lo mejor estaba por venir. Luego de la euforia desatada, retorné a casa, y mis viejos esperaban impacientes mi regreso. Y cuando entré, al verme sin el pelo rapado y sin un helado en la mano, se quedaron desconcertados y lo único que les dije fue: "Ingresé" y eso desató una emoción tremenda en mis viejos. Mi madre se puso a llorar de la emoción y comenzó a llamar a toda la familia para darles la noticia y el viejo me abrazó con lágrimas en los ojos, al igual que mi hermano. Fue un momento maravilloso e indescriptible, que sucedió hace 44 años, y que sinceramente me parece como si hubiera sucedido ayer.
Lo que vino en los siguientes días, fue muy especial. Fui a agradecer a muchas de las personas que me apoyaron. Fui a la Academia y esa tarde fue muy grata, con los profesores alegrándose por el logro obtenido, al igual que los amigos de mi salón. Y ya para el mes de marzo, comenzaría el Primer Ciclo de Estudios Generales Letras, y sería el inicio de una nueva etapa en mi vida. Diez años maravillosos en los cuales, la Universidad fue mi segunda casa y en donde mi universo de amigos se amplió considerablemente, tanto en Estudios Generales, como ya en la Facultad de Derecho, hasta enero de 1990 cuando me gradué de Abogado. Pero todo ello, tuvo su origen un 23 de febrero de 1980, cuando rendí mi examen de admisión que significaría abrir la puerta de un nuevo mundo para mí, y que hoy, 44 años después, lo sigo recordando maravillado.