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Una vez más llegamos al último sábado de este mes del tercer aniversario del blog y como ya viene siendo costumbre en el último par de meses, volvemos a la carga con un post más de la sección “Cosas Que Me Disgustan” y a diferencia de los dos últimos meses en que esta sección fue posteada el último día del mes, hoy quise hacerlo el último sábado del mes y por una sencilla razón: porque quise, je je. Eso me hace acordar a una tía paterna muy querida, ya fallecida, que cuando le preguntaban porqué no quería algo, respondía muy suelta de huesos: "Por tres razones: la primera, porque me da la regalada gana. ¿Te digo las otras dos?". Con eso, vacunaba a todos. Bueno, hoy le toca el turno a la tercera entrega. Sinceramente agradezco muchísimo todos los comentarios suscitados por los dos posts anteriores y sobre todo, las palabras de estímulo para que no deje de escribir este segmento que ya se va convirtiendo en mensual, por el momento. La idea es exponer algunas de mis fobias o cosas que deteste y matizarlo con alguna o algunas historias o anécdotas que me hayan sucedido para darle un pequeño toque de humor, a veces negro, a veces picante. Así que nuevamente acomódense y aquí se quedan con tres cosas más que odio y en el tercer punto, un roche para que se rían un rato.
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1) Para comenzar, aquí voy a señalar algo que realmente detesto, y con todas mis fuerzas. Es algo que apenas lo veo, me enerva y me causa una rabia descomunal y me provoca agarrar a patadas a la persona que veo haciendo eso. Y eso lo siento desde que estaba en la universidad. Me estoy refiriendo al despreciable hecho de tirar basura a la calle. Y en verdad, eso no es exclusivo de alguna clase o segmento social. Eso lo ves en personas de clase A, de la high life, cuando bajan la ventana de su carrito último modelo y botan a la calle, desde envoltura de galletas o hasta latas de gaseosa o cerveza, así como también lo ves en el sector D y E, cuando la verdulera o paisano que sube al microbus está comiendo su fruta –ya sea plátano, naranjas o mandarinas- o su hamburguesa de a sol, y cuando terminan, con el mayor desparpajo, abren la ventana del micro o del ómnibus y tiran a la vía pública su cáscara de fruta o su plato descartable de salchipapas que estaban comiendo como chanchos en el micro y encima, tras hacerlo, con toda la conchudez del mundo, se cruzan de brazos como si nada hubiera pasado. Cuando veo eso, me provoca mentarles la madre porque no hay derecho a que ensucien impunemente y contribuyan no con un granito sino con una bolsa gigante de cemento a que la ciudad tenga la eterna imagen de sucia y cochina. Me hago una pregunta, ¿a esa gente le enseñaron educación cívica en el colegio? ¿Tienen alguna fucking idea de que lo que están haciendo, no solo está mal sino pésimo? ¿O acaso son animales y cuando se asean se lamen también? Y voy más allá, ¿realmente hacen lo mismo en su casa y tiran los desperdicios en el suelo de su casa en vez del hacerlo en los tachos de basura? Estoy seguro que allí jamás lo harían y si lo hicieran, ya francamente no tendrían remedio y merecería un linchamiento público. A esa gente deberían condenarla a que reciban en su casa el doble o el triple de lo que tiran a la calle. A ver si les va a gustar y para que a la próxima vez que sientan irrefrenables deseos de querer tirar algo a la calle, la piensen dos veces.
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Eso me hace acordar una historia en la época de la universidad. Estaba en el paradero esperando el micro para regresarme a mi casa y el paradero estaba concurrido de gente, estudiantes universitarios igual que yo. Y en eso paró un micro y subieron algunos. Cuando en eso, por una de las ventanas de atrás, se vio a un sujeto que con toda la frescura del mundo, abrió la ventana y tiró una manzana casi toda mordida. Todos los que estábamos allí no nos quedamos callados y le dijimos de todo, desde “cochino cerdo” hasta “apestoso hijo de puta”. Y el tipo ni se inmutaba, con él no era. Cuando en fracción de segundos por allí apareció un arrebatado colérico que tomó la manzana del piso, se acercó a la ventana del micro y le tiró de regreso la manzana mordisqueada al tipo en la cara. Y todos aplaudieron y el pobre diablo del cochino sujeto no sabía donde meterse. Así deberían hacer con todos. El problema es que si uno se mete, te topas con gente de la peor calaña y al final, llegas a la conclusión que has perdido groseramente tu tiempo y no vale la pena estar exponiéndose. Pero francamente esa detestable costumbre refleja el nivel no solo educativo que tienes, sino tu calidad de persona.
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2) Una de las cosas que no soporto son los temblores o terremotos. Más que ser algo que odie, es algo que me genera algo de temor porque en ese instante a uno le entra un gran desconcierto. Pero ahora, me considero una persona mucho más calmada que lo que era antes. Debo confesar que antes, en mis años de niñez, adolescencia y juventud, era un reverendo mariconazo cuando comenzaba un temblor. Y cuando vivía con mis padres y mi hermano, la más calmada era mi viejita. Ella ni se inmutaba y siempre paraba tranquila. Pero los tres hombres de la casa eran cosa seria. Cada vez que hacía su aparición un temblor, parecía una competencia de 100 metros planos entre los tres para ver quien llegaba primero a la puerta. Sálvese quien pueda, el correcaminos era un viejo artrítico y reumático a nuestro lado.
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Y aquí tengo una anécdota que una vez la conté comentando en el blog de un amigo y que fue algo que mi viejita me contó que vio cuando era niña allá en Chiclayo. Era Semana Santa en Chiclayo, y mi vieja fue a ver una representación teatral de la pasión de Cristo. Y estaban en el momento en que Jesús había muerto en la cruz y había bastante silencio y recogimiento entre el público asistente a ese pequeño teatro. Y en eso, de forma intempestiva comenzó un temblor, que segundos después, iba aumentando en intensidad, pero que no era fuerte. Fue en ese preciso instante, cuando el actor que hacía de Jesús, apenas sintió un movimiento sísmico –estaba con la cabeza gacha interpretando a Jesús cuando había muerto-, levantó la cabeza, abrió los ojos y lo primero que dijo fue “¡Chucha, temblor!”. Todos en el teatro se quedaron sorprendidos con esta “escena”. Y el temblor seguía y la cruz comenzaba a moverse. Y el que hizo de Jesús, amarrado a la cruz, gritaba “¡Me caigo! ¡Me caigo carajo!” y hacía movimientos con los brazos para pretender zafarse las ataduras y bajar de la cruz, pero al moverse así, logró el efecto contrario. De tanto mover la cruz, esta empezó a oscilar de atrás hacia adelante, y en una de esas, se fue con todo hacia delante, ante el grito final de “¡Mierda, nooooo!” de parte del “Jesús lisuriento”, y misma caricatura de los Looney Tunes, como cuando el coyote se caía de un precipicio y venía un silbidito y un “¡Pum!” final. No está demás decir que en ese momento, el recogimiento y el silencio se fueron al carajo en el teatro porque todo era un soneto de carcajadas ante la caida al suelo de la cruz, con Jesús incluido. Y el tipo se cayó de nariz, y se lo llevaron al hospital con una supuesta rotura de nariz. Y eso le pasó por desesperado en vez de esperar con calma que pasara el temblor.
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3) Y como hicimos en el anterior post, este tercer punto está reservado para los roches que he tenido en mi vida y aquí tengo material para rato. En esta oportunidad, voy a comentar sobre un hecho que me sucedió allá por el año 1999. Estaba conversando con una gran amiga por Yahoo Messenger. Mi amiga estaba en Miami y justo coincidimos en el Messenger y nos pusimos a conversar largo y tendido. Ella es una mis amigas de mayor confianza y estábamos hablando de todo tipo de temas, y en eso, comenzamos a hablar de comida, en platos ricos de almuerzo y luego terminamos conversando de lo que desayunábamos. Y en eso le indiqué que en ese entonces, en mi desayuno me tomaba un jugo o una infusión, una fruta y pan de molde integral, a través del siguiente mensaje –o algo así por el estilo-: “Todas las mañanas, en mi desayuno me tomo un jugo, una infusión o un yogurt y una fruta, de preferencia, un plátano o una manzana”. Y mandé mi mensaje en el Messenger. Y para completar lo que estaba diciendo terminé escribiendo: “Y también me como un par de panes integrales. Se que no te gustan mucho, pero sé que en el fondo te gusta y los saboreas cuando nadie te ve, y los devoras con todo cuando lo tienes en la boca y eres capaz de comerte más de dos, ja ja”. Ese, más o menos, fue mi mensaje. Hasta allí todo bien, cuando ví mi mensaje ya enviado y me di cuenta que había cometido un horroroso error tipográfico.
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¿Qué había hecho? En vez de poner la letra “a” a la palabra `”panes”, tipeé la letra “e”. Vuelvan a leer el mensaje con esa “modificación”. ¿Ya captaron? Que vergüenza, ¿no? En ese instante, escribí de inmediato “amiga, ¿estás allí?”. Y había silencio total. En ese momento, lo primero que pensaba era que una bonita amistad de varios años se iba al tacho de la basura por una bestialidad de mi parte. Volví a escribirle a mi amiga y nada, no contestaba. En ese momento, me dije, “ya fue, adiós amistad”. Y volví a escribir y le dije que me disculpara que todo había sido un error tipográfico al tipear con el teclado y que no había ningún motivo de querer ser grosero ni nada por el estilo. En ese momento, mi amiga comenzó a escribir y me imaginaba que lo que me diría iba a ser de mentada de madre para arriba. Y en eso, me dice, “Disculpa que no te haya contestado de inmediato, pero la verdad es que he estado literalmente doblada en el piso estallando de la risa y me duró varios minutos y me has hecho llorar de la risa”. En ese instante, el alma me volvió al cuerpo porque otra persona me hubiera mandado bien lejos. A partir de allí, cada vez que mando un mensaje en el chat o Messenger, lo reviso antes de generar una metida total de pata.
Bueno, amigos, esta ha sido la tercera entrega de “COSAS QUE ODIO”. Como siempre, los espero con sus visitas y comentarios, compartiendo sus experiencias y anécdotas alrededor de estos tres puntos. Será hasta el próximo mes o el subsiguiente, cuando me sienta con la inspiración y motivación para escribir sobre estos temas. Hasta la próxima.