Llegamos al último día del mes y como ya ha venido siendo costumbre en los últimos tres meses, toca cerrar el mes con un post personal de la sección “Cosas Que Me Disgustan”. Aunque en honor a la verdad, en algunos podría referirme como “cosas que no me gustan”. Pero bueno, al menos, ya son varios que me han comentado el mes pasado que iban a esperar la cuarta entrega de esta sección. Sinceramente, pensaba tomarme un descansito algo sabático de dos o tres meses, pero viendo que este segmento tiene su pequeña hinchada –como
1) Desde que era chico, probablemente influenciado por los valores que me inculcaron mis padres y mi querido colegio, siempre la puntualidad fue una virtud que fui cultivando, y hasta ahora la mantengo. Muchas veces me ha costado ser visto como un bicho raro, un maniático de la hora o un espécimen de otro planeta, pero soy puntual por dos motivos: 1) Porque la hora es la hora y no media hora o una hora después; 2) Porque no me gusta hacer esperar. Y por allí va algo que me disgusta tremendamente: la grosera y conchuda impuntualidad y que me hagan esperar como si fueran un tipo que no tiene absolutamente nada que hacer. Por esa misma razón, porque no me gusta que me hagan esperar es que tengo la consideración suficiente de no hacerle lo mismo a alguien. Entiendo y tampoco soy un radical o intransigente, si es que la persona llega unos minutos tarde a la cita que quedó contigo. Pero que llegue 30 minutos después y con una actitud de que “aquí no ha pasado nada” y de “¿Por qué tienes esa cara?”, me parece una total falta de consideración y respeto.
Y eso sucede en muchísimas situaciones: ya sea pactando una cita con una amiga o amigo, o asistiendo a una invitación, ya sea cena, almuerzo o matrimonio. ¿Les hago una pregunta a todos esos tardones? ¿Cómo se sentirían si les hiciesen exactamente lo mismo en algo que fuese importante para ellos? Esa criollada de “la hora peruana” me parece el pretexto para justificar la falta de seriedad para honrar la hora fijada de un compromiso pactado. Y lamentablemente parece que esa costumbre está tan asentada y arraigada que hasta en los partes de matrimonio, señalan la hora con una hora o 30 minutos de adelanto a la hora verdadera por la sencilla razón a que la gente nunca llega temprano. A tal punto se ha “institucionalizado” esta pésima costumbre que cuando una organiza una reunión en su casa, tiene que citar no a una hora determinada en punto, sino “a partir de tal hora”. Carajo, ¿qué le cuesta a la gente ser puntual? Repito, entiendo cuando hay un motivo de fuerza mayor, ya sea porque algún imprevisto sucedió. Pero lo peor es que se llega tarde con plena conciencia de lo que se está haciendo. Y la muestra más clara es que muchos salen de su casa a la hora en que ya deberían estar en ese lugar. ¿Y qué es lo que alegan muchos? “Ni de vainas quiero ser el primero en llegar?”. O sea, ¿el que llega primero es un pobre imbécil? ¿Y que habría de malo en ser el primero en llegar? Simple y llanamente complejos idiotas.
Y uno de los sitios donde más detesto que me hagan esperar es cuando estoy en un restaurante. Se supone que uno llega a un restaurante porque quiere comer y tiene algo de hambre, ¿no? Entiendo que en algunos casos, cuando hay mayor afluencia de personas, la atención no sea tan inmediata, pero que te tengan esperando como si fueses un tipo que ha entrado a su local para ver cómo el resto de personas comen, eso me saca ronchas. Y eso me recuerda lo que una vez me pasó en un chifa que está a una cuadra de donde trabajo. La comida es rica pero son super demorones tanto en tomarte la orden como en traerte tu comida. Y cuando con alguna frecuencia almorzaba allí, terminaba haciendo bilis por todo lo que me hacían esperar. Entraba a las 2:05 y salía del local bordeando las 3 pm, y no porque yo sea un tipo que come como abuelita, recontra lento, sino por todo lo que se demoraban en atenderme. Por eso, iba muy poco a esa chifa. Hasta que un día, el año pasado, era sábado y teníamos con mi esposa una reunión famiilar en la tarde. Yo trabajo sábados de 10 am a 1 pm, y la hora de la reunión era a las 4 pm. No me iba a resultar si me iba a la casa a almorzar porque iba a llegar con las justas, almorzar de manera veloz y salir a la velocidad del rayo. Y encima, era ir a casa para volver a pasar por la misma ruta. Y siendo sábado el único sitio accesible era el chifa. A eso de la 2:00 pm, fui a almorzar y el chifa estaba con varias mesas vacías y me dije, “me atenderán esta vez más rápido”. Cuán equivocado estaba. Me senté en mi mesa y esperaba que algún mozo viniese con la carta. Estuve esperando 10 minutos a que cualquier mozo se dignara en decirme, “señor, ¿que va a pedir?”. Y lo peor era que el lugar estaba casi vacío. Era tal la cara de fastidio que tenía, que cuando uno de los mozos pasó por mi mesa, de frente le dije, “disculpa, llevo 10 minutos esperando que uno de ustedes venga a tomarme la orden. O que creen? ¿Que estoy sentado aquí para posar para una foto?”. El tipo corrió y me trajo la orden. Pedí de inmediato una sopa wantan y arroz chaufa con pollo y me puse a esperar. Ya eran las 2:20 pm y nuevamente la espera se convirtió en interminable. Pasaron 15 minutos en traerme la sopa wantan y cuando la terminé, esperé otros 10 minutos para que me trajeran el arroz chaufa con pollo. Y encima cuando le digo a uno de los mozos, “llevo 10 minutos esperando el chaufa”, el tipo me contestó “un ratito, ¿ya?”. Ya tenía más de 40 minutos en el chifa y recién iba a almorzar el plato de fondo y el lugar no estaba lleno. Ganas no me faltaron de agarrarlo a patadas a ese sujeto y largarme de allí. Al final, terminé saliendo a las 3 pm del chifa con una firme promesa: no regresar jamás. Y se lo dije a la señora que estaba en la recepción. Promesa que he mantenido hasta la fecha y que pienso mantenerla siempre. Que a otros los hagan esperar.
Y eso sucede en muchísimas situaciones: ya sea pactando una cita con una amiga o amigo, o asistiendo a una invitación, ya sea cena, almuerzo o matrimonio. ¿Les hago una pregunta a todos esos tardones? ¿Cómo se sentirían si les hiciesen exactamente lo mismo en algo que fuese importante para ellos? Esa criollada de “la hora peruana” me parece el pretexto para justificar la falta de seriedad para honrar la hora fijada de un compromiso pactado. Y lamentablemente parece que esa costumbre está tan asentada y arraigada que hasta en los partes de matrimonio, señalan la hora con una hora o 30 minutos de adelanto a la hora verdadera por la sencilla razón a que la gente nunca llega temprano. A tal punto se ha “institucionalizado” esta pésima costumbre que cuando una organiza una reunión en su casa, tiene que citar no a una hora determinada en punto, sino “a partir de tal hora”. Carajo, ¿qué le cuesta a la gente ser puntual? Repito, entiendo cuando hay un motivo de fuerza mayor, ya sea porque algún imprevisto sucedió. Pero lo peor es que se llega tarde con plena conciencia de lo que se está haciendo. Y la muestra más clara es que muchos salen de su casa a la hora en que ya deberían estar en ese lugar. ¿Y qué es lo que alegan muchos? “Ni de vainas quiero ser el primero en llegar?”. O sea, ¿el que llega primero es un pobre imbécil? ¿Y que habría de malo en ser el primero en llegar? Simple y llanamente complejos idiotas.
Y uno de los sitios donde más detesto que me hagan esperar es cuando estoy en un restaurante. Se supone que uno llega a un restaurante porque quiere comer y tiene algo de hambre, ¿no? Entiendo que en algunos casos, cuando hay mayor afluencia de personas, la atención no sea tan inmediata, pero que te tengan esperando como si fueses un tipo que ha entrado a su local para ver cómo el resto de personas comen, eso me saca ronchas. Y eso me recuerda lo que una vez me pasó en un chifa que está a una cuadra de donde trabajo. La comida es rica pero son super demorones tanto en tomarte la orden como en traerte tu comida. Y cuando con alguna frecuencia almorzaba allí, terminaba haciendo bilis por todo lo que me hacían esperar. Entraba a las 2:05 y salía del local bordeando las 3 pm, y no porque yo sea un tipo que come como abuelita, recontra lento, sino por todo lo que se demoraban en atenderme. Por eso, iba muy poco a esa chifa. Hasta que un día, el año pasado, era sábado y teníamos con mi esposa una reunión famiilar en la tarde. Yo trabajo sábados de 10 am a 1 pm, y la hora de la reunión era a las 4 pm. No me iba a resultar si me iba a la casa a almorzar porque iba a llegar con las justas, almorzar de manera veloz y salir a la velocidad del rayo. Y encima, era ir a casa para volver a pasar por la misma ruta. Y siendo sábado el único sitio accesible era el chifa. A eso de la 2:00 pm, fui a almorzar y el chifa estaba con varias mesas vacías y me dije, “me atenderán esta vez más rápido”. Cuán equivocado estaba. Me senté en mi mesa y esperaba que algún mozo viniese con la carta. Estuve esperando 10 minutos a que cualquier mozo se dignara en decirme, “señor, ¿que va a pedir?”. Y lo peor era que el lugar estaba casi vacío. Era tal la cara de fastidio que tenía, que cuando uno de los mozos pasó por mi mesa, de frente le dije, “disculpa, llevo 10 minutos esperando que uno de ustedes venga a tomarme la orden. O que creen? ¿Que estoy sentado aquí para posar para una foto?”. El tipo corrió y me trajo la orden. Pedí de inmediato una sopa wantan y arroz chaufa con pollo y me puse a esperar. Ya eran las 2:20 pm y nuevamente la espera se convirtió en interminable. Pasaron 15 minutos en traerme la sopa wantan y cuando la terminé, esperé otros 10 minutos para que me trajeran el arroz chaufa con pollo. Y encima cuando le digo a uno de los mozos, “llevo 10 minutos esperando el chaufa”, el tipo me contestó “un ratito, ¿ya?”. Ya tenía más de 40 minutos en el chifa y recién iba a almorzar el plato de fondo y el lugar no estaba lleno. Ganas no me faltaron de agarrarlo a patadas a ese sujeto y largarme de allí. Al final, terminé saliendo a las 3 pm del chifa con una firme promesa: no regresar jamás. Y se lo dije a la señora que estaba en la recepción. Promesa que he mantenido hasta la fecha y que pienso mantenerla siempre. Que a otros los hagan esperar.
2) Lo que voy a decir a continuación, no lo voy a decir con mala onda. Pero francamente no me gusta que me etiqueten en el Facebook por fotos en las que no aparezco. Se que hay amigos y amigas que probablemente lo hacen con la mejor intención del mundo. Pero lo que me molesta es el efecto que genera: que mi bandeja de entrada de mi correo sea inundada con hartos mensajes de personas que agradecen o comentan ese etiquetado. No hay nada que me enerve cuando abro mi correo y veo 50 correos sin contestar, de los cuales 40 provienen de ese etiquetado, porque son correos que no van dirigidos hacia mí. Entonces, ¿por qué cuernos tengo que soportar recibir esos correos en mi bandeja de entrada?
Solo en tres casos, puedo aceptar gustoso un etiquetado en Facebook: cuando es una foto en la que este servidor aparece; cuando es una foto de QUEEN que sea interesante –ojo, foto de QUEEN, no de Freddie Mercury en poses o tomas que al público femenino le puede gustar y encontrar sexy y seductor, pero a mí no, pues- o de ABBA o The Moody Blues; o en algún saludo grupal ya sea por Navidad o Año Nuevo, o cualquier otra festividad. Fuera de esos 3 casos, detesto ser etiquetado. Si me quieren mandar algo, háganlo por inbox, por favor, no me etiqueten, ¿sí? Odio cuando alguien me etiqueta promocionando un producto o servicio que brinde. Eso me parece una conchudez total porque no solo se meten a mi muro a imponerme lo que ofrecen, sino que me abarrotan mi bandeja de entrada. Por favor, si algún lector pensaba hacer eso conmigo, le ruego que lo reconsidere, si no quiere que lo elimine de mis contactos. Repito, lo digo con la mejor buena onda, porque hablando se entiende la gente. Y otra cosa que detesto es las solicitudes para Yoville, Farmville, Cityville y cuanto fuckingville haya. No tienen otra cosa qué hacer como por ejemplo, tener una vida real y propia. Ya eso será tema de otro post.
Solo en tres casos, puedo aceptar gustoso un etiquetado en Facebook: cuando es una foto en la que este servidor aparece; cuando es una foto de QUEEN que sea interesante –ojo, foto de QUEEN, no de Freddie Mercury en poses o tomas que al público femenino le puede gustar y encontrar sexy y seductor, pero a mí no, pues- o de ABBA o The Moody Blues; o en algún saludo grupal ya sea por Navidad o Año Nuevo, o cualquier otra festividad. Fuera de esos 3 casos, detesto ser etiquetado. Si me quieren mandar algo, háganlo por inbox, por favor, no me etiqueten, ¿sí? Odio cuando alguien me etiqueta promocionando un producto o servicio que brinde. Eso me parece una conchudez total porque no solo se meten a mi muro a imponerme lo que ofrecen, sino que me abarrotan mi bandeja de entrada. Por favor, si algún lector pensaba hacer eso conmigo, le ruego que lo reconsidere, si no quiere que lo elimine de mis contactos. Repito, lo digo con la mejor buena onda, porque hablando se entiende la gente. Y otra cosa que detesto es las solicitudes para Yoville, Farmville, Cityville y cuanto fuckingville haya. No tienen otra cosa qué hacer como por ejemplo, tener una vida real y propia. Ya eso será tema de otro post.
3) Y llegó el turno de los roches. Pero en esta ocasión que no me sucedió a mí, sino a un amigo de la universidad. No tendría ningún tipo de problema en decir que me pasó a mí, ya que después del tremendo roche que pasé en esa fiesta, que conté en el segundo post de esta sección, ya estoy vacunado para cualquier otro roche. Bueno, el tema es que esto le pasó a un amigo y no me hubiera gustado estar en su pellejo en ese instante. Era el año 81 y estaba en la universidad y se venía el cumpleaños de un amigo, que iba a hacer una comida ese fin de semana. Resulta que a un amigo que llamaremos “A”, le gustaba bastante una chica, pero como era medio lento y tímido, no había tenido oportunidad de conocerla en la universidad. Y justo, tanto “A” como la chica eran amigos del que cumplía años y ambos iban a ir a la comida, cada uno por su lado, por supuesto. El amigo “A” sentía que había llegado su momento de conocerla.
Cuando llegó el sábado, todo parecía indicar que sería así. Me acuerdo que llegué temprano –fiel a mi costumbre de ser puntual- y el ambiente estaba agradable con la gente de la universidad. Y también llegó temprano “A”, que se le veía con bastante entusiasmo y con las pilas puestas. Y al rato, llegó también la chica. La casa era grande y había regular cantidad de gente y como que la cosa estaba dividida en grupos, un grupo conversaba por un lado, otro grupo por otro lado y así iba la cosa. “A” se fijó en qué grupo estaba la chica y asolapadamente se fue caminando, un poco por aquí, un poco por allá, para acercarse al grupo donde estaba la chica, que dicho sea de paso, estaba bien simpática. Como todo el mundo se conocía, era fácil pasarte de un grupo a otro. Hasta que llegó al grupo donde estaba la chica. Eran como unas 6 o 7 personas, que conversaban de todo un poco. Y “A” como que participaba en la conversación y un par de veces cruzó miradas con la chica y todo iba bien. Todo iba bien hasta que sucedió algo que cambió las cosas de manera radical. De buenas a primeras, y de la forma más inesperada, a “A” le comenzó a colgar un moco de la nariz. Y era un moco verde y no era pequeño. Todos se habían dado cuenta de eso, inclusive la chica, pero “A” no se había percatado de ello y seguía hablando como si nada estuviera pasando. Los amigos del costado le hacían señas con la mano señalando la nariz y el bestia no entendía y encima era rochoso porque le preguntó en voz alta, “¿por qué hablas en voz bajita? ¡Habla mas fuerte! ¡Habla como hombre!”. La gente como que se aguantaba la risa y le seguían haciendo señas y encima “A” volvió a decir, “¿Qué pasa? ¿Se me ha bajado el cierre? ¡Ja Ja!”, y parecía mismo elefante en una cristalería. Hasta que alguien le susurró al oído, “cojudazo, tienes un moco colgando”, y a “A” le cambió la cara, como del día a la noche, y jurando que nadie lo veía, comenzó a girar a la izquierda, a la derecha y lentamente se fue llevando la mano a la nariz y de forma veloz, con el dedo índice derecho sacó el moco de su nariz. Hasta ese momento, el tipo había pasado el roche de su vida pero como quien dice, faltaba el "broche de oro". ¿A que no saben a dónde salió disparado el moco de “A”? ¿Alguna idea? Bueno, luego de la veloz intervención de su brazo, el moco verdulento fue a parar a la mano de la chica. Un asco total. Ya se imaginarán que después de eso, “A” jamás llegó a conocer a la chica.
Bueno, este ha sido el cuarto segmento de esta sección "Cosas Que Me Disgustan". Será hasta el próximo mes, Dios mediante. O si le doy un descanso a esta sección, para el subsiguiente. Hasta la próxima.
Cuando llegó el sábado, todo parecía indicar que sería así. Me acuerdo que llegué temprano –fiel a mi costumbre de ser puntual- y el ambiente estaba agradable con la gente de la universidad. Y también llegó temprano “A”, que se le veía con bastante entusiasmo y con las pilas puestas. Y al rato, llegó también la chica. La casa era grande y había regular cantidad de gente y como que la cosa estaba dividida en grupos, un grupo conversaba por un lado, otro grupo por otro lado y así iba la cosa. “A” se fijó en qué grupo estaba la chica y asolapadamente se fue caminando, un poco por aquí, un poco por allá, para acercarse al grupo donde estaba la chica, que dicho sea de paso, estaba bien simpática. Como todo el mundo se conocía, era fácil pasarte de un grupo a otro. Hasta que llegó al grupo donde estaba la chica. Eran como unas 6 o 7 personas, que conversaban de todo un poco. Y “A” como que participaba en la conversación y un par de veces cruzó miradas con la chica y todo iba bien. Todo iba bien hasta que sucedió algo que cambió las cosas de manera radical. De buenas a primeras, y de la forma más inesperada, a “A” le comenzó a colgar un moco de la nariz. Y era un moco verde y no era pequeño. Todos se habían dado cuenta de eso, inclusive la chica, pero “A” no se había percatado de ello y seguía hablando como si nada estuviera pasando. Los amigos del costado le hacían señas con la mano señalando la nariz y el bestia no entendía y encima era rochoso porque le preguntó en voz alta, “¿por qué hablas en voz bajita? ¡Habla mas fuerte! ¡Habla como hombre!”. La gente como que se aguantaba la risa y le seguían haciendo señas y encima “A” volvió a decir, “¿Qué pasa? ¿Se me ha bajado el cierre? ¡Ja Ja!”, y parecía mismo elefante en una cristalería. Hasta que alguien le susurró al oído, “cojudazo, tienes un moco colgando”, y a “A” le cambió la cara, como del día a la noche, y jurando que nadie lo veía, comenzó a girar a la izquierda, a la derecha y lentamente se fue llevando la mano a la nariz y de forma veloz, con el dedo índice derecho sacó el moco de su nariz. Hasta ese momento, el tipo había pasado el roche de su vida pero como quien dice, faltaba el "broche de oro". ¿A que no saben a dónde salió disparado el moco de “A”? ¿Alguna idea? Bueno, luego de la veloz intervención de su brazo, el moco verdulento fue a parar a la mano de la chica. Un asco total. Ya se imaginarán que después de eso, “A” jamás llegó a conocer a la chica.
Bueno, este ha sido el cuarto segmento de esta sección "Cosas Que Me Disgustan". Será hasta el próximo mes, Dios mediante. O si le doy un descanso a esta sección, para el subsiguiente. Hasta la próxima.