Primero que nada, quiero expresar mi agradecimiento por la gran acogida que tuvo el post “COSAS QUE ME DISGUSTAN - I", que publiqué el sábado 31 de marzo. Sinceramente la idea fue solo ejercitar un poquito de catarsis señalando tres de las muchas cosas que detesto. Y ello generó una alta cantidad de visitas así como también de comentarios, que llegó al punto de haberse convertido en el post más comentado con 40 comentarios, en lo que va de este año 2012. Muchos han compartido en sus comentarios su trilogía de cosas que odian y ha sido divertido en algunos casos y gratificante en otros. Y por supuesto, eso ha constituido en un gran estímulo y aliciente para seguir compartiendo con todos ustedes este nuevo segmento de carácter personal, el cual irá -de acuerdo a lo que señalé en dicho post- según lo permita el tiempo y la inspiración y no porque tenga que hacerlo, u obligado por las circunstancias. Y bueno, este primer post ha sido como un exitoso “programa piloto” y lo que vendrá más adelante será como los episodios de la primera temporada de una serie. Así que hoy, último sábado del mes de abril, damos inicio a este segundo post y ahora, compartiré con ustedes, una trilogía más sobre cosas que odio.
1) En el post pasado hablé de los apestosos que abundan en los micros y que esparcen sus insufribles olores en nuestras narices. Pero cuando uno se refiere al concepto de “cochinada” o “apestosos”, hay más conductas que pueden ser incluidas en este término y que son igual de nauseabundas. Para ser más exactos, si hay algo que detesto enormemente son los “pedones dolosos e intencionales”. ¿A qué me refiero con esto? A aquellos que sueltan sus pestilentes olores gaseosos, con “traición, perfidia, alevosía y ventaja”, con la única finalidad de que las personas que están a su alrededor tengan que aguantar su gracia y soportar una atmósfera comparable a lo que debe haber sucedido en Chernobyl o a los efectos de una bomba bacteriológica. Claro, una cosa es que de manera involuntaria y discreta se te escape uno, e incluso que te haga sentir algo de culpabilidad, pero otra cosa es soltar una ráfaga de ametralladora pedorreica sin piedad ni misericordia alguna por el prójimo. Aunque lo peor es cuando el sujeto lo hace de manera silenciosa, esa es la manera más cruel, despiadada e inhumana de hacer daño al olfato de los pobres que tengan la desgracia de encontrarse a metros del sujeto. Me hace acordar a las épocas del colegio en donde nunca faltaba un cerdo que estando ubicado entre varias personas alrededor de una mesa o algo parecido, recorría calladito alrededor de la mesa, desperdigando su “obra” y segundos después, se sentía como si se hubiera destapado la tapa del desagüe más asqueroso del mundo provocando la estampida general de todos los que se hallaban allí. A esos sujetos deberían condenarlos a la cámara de gas, bien amarrado a la silla y que le hagan respirar la mismas porquerías que tan alegre e impunemente sueltan y que se queden encerrados en ese lugar por un buen tiempo hasta que se les atrofie el olfato.
2) Otra de las cosas que francamente odio y bastante es cuando estoy sentado almorzando un menú o lo que fuere, en un restaurante y viene alguien hacia mi mesa a preguntarte, “disculpe, ¿me puedo sentar en su mesa?”. Me enerva cuando me piden eso, y no porque sea un antisocial, un amargado o alguien que rechace comer acompañado. Si almuerzo o como acompañado de alguien, es porque ambos lo hemos decidido y hay un mutuo acuerdo. Pero no, estos sujetos, tienen la frescura y encima, la “ostra” de llegar tarde a un restaurante y al no encontrar sitio pretenden imponernos su presencia. Y encima uno que llegó temprano justamente para poder alcanzar una mesa y estar tranquilo y no pasar por esas situaciones, tiene que aguantarse estas invasiones a su mesa a la hora que uno almuerza. En ese aspecto, yo sí soy directo y frontal, cuando me preguntan, lo primero que digo es “estoy esperando a alguien”, si es que estoy de buen humor. Pero si me agarran cruzado, lo que digo, “disculpa, pero este no es un comedor popular”. Porque hay gente que es bastante conchudaza o nacida en la localidad de Conchán. Y una vez me pasó y eso me dejó curado para siempre.
Era el año 2008 cuando en esa época trabajaba por Miraflores y almorzaba siempre en “La Casa de los Anticuchos”, en donde los menús eran ricos y era comida de casa. Y siempre llegaba temprano y cada vez que alguien osaba pedirme sentarse en mi mesa, de arranque nomás le decía, “sorry, espero a alguien”. Pero un día, se me dio por ser buena gente –o un soberano pelotudo quizás- y un tipo me hizo la pregunta y yo asentí con la cabeza, dándole a entender que sí. Y en eso, el tipo le pasa la voz a dos personas más y los tres se sentaron en mi mesa ante mi sorpresa e indignación total. Y encima las mesas no eran grandes, sino bien chicas y cuatro personas sentadas allí implicaba comer apiñado mismo Robotito, chocándote con el que estaba al costado. Para suerte mía, al costado izquierdo en ese preciso instante se terminó de desocupar una mesa y me paré de inmediato y les dije de frente, “Disculpen, pero no me gusta comer incómodo como robot ni tampoco como si estuviera en un comedor popular. Quédense con su mesa”. Y me fui hacia mi mesa con cara de pocos amigos. Y en ese momento, me dije “nunca más”. Y me importa un bledo si luego de haberles dicho “espero a alguien”, termine de almorzar y me pare de mi mesa sin que nadie haya llegado. Una vez me paré y un tipo que me había pedido compartir la mesa, se quedó mirando que me retiraba, y con toda la frescura del mundo le dije, “sorry, no vino”.
3) Creo que una de las cosas que todos odiamos, sin excepción alguna –el que diga lo contrario ya sería un masoquista o alguien con la autoestima en el subsuelo- es el pasar por algún roche o vergüenza. En ese momento, realmente queremos que la tierra nos trague o ponernos una bolsa en la cabeza para no ver a nadie o misma avestruz, deseamos meter la cabeza en un hueco o poner y sacarla cuando la humanidad se haya extinguido. Ya sea haciendo algún ridículo, o diciendo algo que no debió decirse o la típica, cuando te resbalas y te caes aparatosamente –si es gordo el que se cae, la carcajada de convierte en llanto de la risa. Todos hemos pasado por eso, el que diga que no, que lance la primera piedra. Y a veces nos avergüenza decirlo pero ya con el tiempo, nos provoca risas y carcajadas, aunque en su momento, que nadie hable de ese tema y si alguien lo hace, adiós amistad. En mi caso, he pasado por una buena cantidad de roches y a estas alturas, me río del asunto. Y este tercer punto del post, será motivo para compartir algún roche personal o de algún conocido. Y entre los tantos roches que he tenido oportunidad de pasar, el que en forma unánime se lleva las palmas –entre toda la gente que me conoce- es uno que me sucedió en 1979 a la edad de 16 años, en mi último año escolar, cuando me encontraba en una fiesta.
Me acuerdo que con tres amigos había ido a una fiesta de un colegio, no me acuerdo si era del Pestalozzi o de otro colegio. La fiesta estaba buena y la música era la que se escuchaba en las radios en ese entonces. Y en eso, terminó una canción y comenzó una que francamente no me acuerdo cuál era, pero que era buenísima. Y no quería dejar de bailarla. Recorrí la pista de baile y la gran mayoría de chicas ya estaban bailando y quedaba casi nada y en eso, levanto la cabeza y en eso veo a una chica que estaba parada de costado y la toco del hombro y le digo “¿bailas?”. La chica me miró, sonrió y se puso a bailar. “Ufff, yo mismo soy”, me dije, y me puse a bailar moviendo los brazos y pegándome a la chica –sí, era un coqueto de m…-, y divirtiéndome al compás de la música. Cuando en eso, la chica se ríe y me mira y me dice a boca de jarro, “disculpa flaco, pero estoy bailando con él”, y me señala a un tipo que efectivamente estaba a su costado bailando con ella y a quien no había visto. En ese preciso instante, me detuve en seco, sonreí nerviosamente a la chica, me di media vuelta y mismo correcaminos, salí disparado de ese lugar de la pista de baile. Ya se imaginarán, quería que en ese instante en la Casa Blanca hubieran apretado el botón rojo y que la bomba nuclear desapareciera el planeta tierra. Demás está decir que en ese momento, la fiesta terminó y se fue al mismísimo cuerno porque ya me quería ir. Ahora que lo veo en retrospectiva, si viera en una fiesta a una pareja bailando y luego que venga un sujeto que de repente y de un momento a otro se ponga a bailar con la chica, me orinaría de la risa. Hay más roches por contar y en cada uno de estas secciones, irán en este punto número 3.
Bueno, esta ha sido una nueva entrega de esta sección. Espero que les haya gustado y como la vez anterior, los invito a compartir sus opiniones sobre estas tres cosas que he compartido con ustedes o cualquier otra experiencia similar. Hasta el próximo post en que seguiremos compartiendo tres cosas más que odio. Hasta la próxima.