Siendo este un blog personal, como ya todos ustedes han podido comprobar, casi todos los posts musicales -sea de QUEEN, segmentos musicales o temas de diversos grupos de mi predilección- están vinculados a la música, pero enfocados desde la experiencia personal agregando detalles vividos alrededor de tal o cual canción. Verdaderamente son pocos los posts de carácter personal que he escrito, entre ellos, los de mis padres, mi colegio, mis mascotas y algunos posts en donde dejaba muy en claro mi posición sobre un tema determinado. Y a raiz de un post que fue escrito en el blog personal de una linda amiga y colega bloggera Paty, llamado “Patrydrómeda”, el cual recomiendo, en donde Paty escribió sobre las cosas que odiaba y además animó a sus colegas bloggeros a escribir algo similar compartiendo aquellas cosas que nos disgustan o que detestamos. Y me puse a pensar, “¿por qué no?”, teniendo en cuenta que francamente hay bastantes cosas que me disgustan y que no soporto. Y desde hace varias semanas me decía, “este fin de semana posteo sobre eso”, pero entre una y otra cosa, entre tantas preocupaciones que la vida te lanza sin piedad alguna, lo fui postergando y esta semana, en el último día del primer trimestre de este 2012, me animé a hacerlo. Que ponga en un solo post todas mis fobias o cosas que odie francamente haría largo y extenso el post y hasta de repente, aburrido. Y siguiendo la línea del blog, la cosa se hará en trilogía, esto es, incluyendo tres cosas que me parezcan insoportables o detestables, de las muchas cosas que encuentro así. Y quiero que este tema sea algo espontáneo, no parametrarlo a un día determinado en la semana o el mes. Escribir acerca de ello, cuando tenga las ganas suficientes de hacerlo. No sé cuando escribiré el siguiente post sobre este tema. De repente en una semana, 15 días, un mes, dos meses, seis meses. No lo sé. Que sea cuando surja el deseo de hacerlo. Exactamente como ahora. Y a continuación, pasaré a compartir las tres primeras cosas que francamente detesto y me parece intolerable. Llámenlo manías o caprichos, o como sea, pero así es el dueño de este blog.
1) Comenzaré con una de las cosas que realmente odio y detesto. Cuando alguien me insiste de manera incesante y asfixiante tras haberle dicho amable y gentilmente un “no” como respuesta. Cuando debo decir “no”, no lo hago de manera cortante o descortés. No, procuro se amable porque soy consciente que la persona que me pide o solicita algo, lo hace con buena onda y espera una respuesta afirmativa. Pero en la vida, todo acto tiene la posibilidad de generar una de dos respuestas: un “sí” o un “no”. Conmigo no van las respuestas tibias, “tal vez”, “más o menos”, “de repente, hermanito”, “no estoy seguro”, “mañana te contesto”. Salvo que sea un tema de carácter importante y que su respuesta amerite meditar y sopesar en una balanza todos los pros y contras –por ejemplo, una propuesta de trabajo o una solicitud de un préstamo. Pero cuando el tema exige una respuesta inmediata, francamente no me gusta huevear a la gente, porque no me gustaría que hicieran lo mismo conmigo –esa es otra cosa que no soporto, que me hueveen, pero irá algún día en otro post. Y antes cuando era chibolo, me daba pena decir no –tremendo pelotudazo era- y al final, muchas veces me terminaban convenciendo y ganándome una fama de boludo a la vela. Pero bueno, uno madura y va calibrando sus respuestas y va sabiendo decir “no”. Y cuando tengo que decirlo, lo hago, sin ponerme a pensar en “pobrecito el otro al que le estoy diciendo ‘no’”. Ya no, ni hablar. Pero algo que me saca de mis casillas es cuando a pesar de eso, la persona insiste –mismo vendedor insoportable- e insiste, creyendo que así te va a hacer cambiar de opinión y lo que logra es todo el efecto contrario, reafirmarte en tu negativa. Pero lo peor es cuando pese a tu cortés y amable negativa, la otra persona no quiere darse por vencida y sigue y sigue con la misma cantaleta, como un loro o un papagayo. Eso me pone de pésimo humor y a veces me hizo sacar lo peor de mí. Hoy ya soy más calmado, pero antes, terminaba mandando lejos a la “tierra prohibida” –la “m” o a la “c de su m”- al que osaba despertar al monstruo que habitaba dentro de mí. Y en este tema, comparto una experiencia que reflejaba mi intolerancia ante este hecho. Recuerdo que era el año 1982 y estaba viendo una película y estaba en los últimos 10 minutos. Y en eso, sonó el timbre. Abro y eran un par de testigos de Jehová con su propaganda. Y de frente el tipo se lanzó a hablar de la Biblia y de los tiempos actuales y por no ser descortés no quería cortarlo, mientras que volteaba a ver el televisor donde daban la película que estaba viendo. El tipo tomó una pausa y allí aproveché para decirle “no, gracias, estoy ocupado”, pero el tipo seguía y era una ametralladora verbal. Lo interrumpí y le dije, “disculpe, ya le dije que no, gracias”, pero parece que el tipo o era sordo o que estaba programado para hablar sin parar. Volví a cortarlo y le dije a boca de jarro, “mira, voy a ser sincero, este es un hogar católico y no me interesa tu propaganda, yo respeto tu punto de vista y espero lo mismo de ustedes, que respeten el mío”. ¿Para qué les dije eso? Siguió con su propaganda religiosa y ya la cara me iba cambiando de color y las venas del cuello comenzaban a hincharse de la cólera, peor aún cuando volteé a ver el televisor y ví los créditos finales de la película, la cual ya había terminado. Volteé con una mirada entre “Hanníbal Lecter” y “Terminator” y en ese momento, mandé al carajo la cortesía y le dije a boca de jarro, “disculpa, pero sabes el significado de la palabra ‘no’?” y el sujeto se quedó callado y asintió con la cabeza. Y la rematé diciendo, “Porque si no sabes el significado de la palabra ‘no’, entonces me imagino que sabrás entonces el significado de la palabra “vete a la mierda”. Los dos se miraron y se quedaron atónitos y retrocedí, cerré la puerta –mejor dicho, aventé la puerta- y me metí a mi casa, mientras los sujetos esos desaparecieron lo más rápido posible. No me enorgullezco de esto, pero fue una muestra de cuan insoportable fue –y sigue siendo- que me insistieran de manera acosadora cuando ya les había dado un “no” como respuesta. Actualmente no tengo esas reacciones y corto por lo sano. Pero de que me hincha cuando eso pasa, eso no lo niego, porque es hacerte ver como si fueras un retardado mental que necesita ser convencido de su negativa y que debe cambiar de respuesta.
2) Por lo general, me encanta la comida y soy alguien que tiene buen diente y que te come de todo. Pero, también hay excepciones, y hay cosas que no me gustan y que me parecen intragables. Hay algunas cosas que simplemente no me gustan y otras que revuelven de solo verlas. Por ejemplo, no me gusta la mantequilla –nunca me gustaron los panes con mantequilla-, pero por ejemplo, te la como en platos como el puré o tallarines, o incluso con panes, tipo pan al ajo. Pero la mantequilla tal cual es, la tengo bien lejos, desde que era niño. Tampoco me gusta el pescado sudado y cuando era niño y hacían pescado sudado o guisado en la casa, a mí me servía aparte pescado frito. Sobre este plato, siempre recuerdo la anécdota cuando estaba con mi mamá almorzando en la casa de mi tia Letty –hermana de mi mamá a quien quiero mucho- y justo la tía había preparado pescado guisado. No podía decir que no me gustaba, y no me quedaba otra que tragarme ese sapo. Poquito a poquito me iba llevando a la boca el cubierto con el plato, ante la mirada de mi vieja –que por dentro se divertía al ver cómo me comía eso que en casa no me servían. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, terminé con el plato y solo me quedaba esperar mi fruta o el postre. Pero mi linda tía, como sabía que su sobrino siempre repetía cuando almorzaba allá, teniendo en cuenta este antecedente, me preguntó, “¿Quieres más, hijito?”, y yo de frente le dije, “No tía, gracias, ya me llené”. Y la tía me contesta con la olla en la mano, “yo sé que quieres más y te haces el que estás lleno porque está tu mamá”, y coge un cucharón y me dice, “que tu mamá no fastidie” y en eso sacó dos pedazos enormes de pescado y me los puso de frente en mi plato. Demás está decir que mi vieja se comenzó a matar de la risa porque sabía exactamente lo que iba a sufrir en comerme esa repetición que en este caso, sí fue groseramente ofensiva. Y tuve que hacer esfuerzos para no demostrar el asco que sentía. En fin. Otra cosa que no me gusta es el trigo, no puedo verlo ni en pintura.
Pero si hay tres cosas que me parecen insoportables para mi gusto son: la alcachofa, la aceituna –en especial, la negra- y los champignones. La alcachofa no la como desde que era niño, al igual que la aceituna. En el caso de la aceituna, llego al extremo que si me sirven una ocopa o papa a la huancaina con una aceituna encima, pido que me la cambien porque no soporto el olor a la aceituna. Y los champignones, desde un día que comí eso y me cayó como una patada de burro al estómago, allí me dije, “nunca más”. Y en esto también tengo otra anécdota, que ahora me río cuando la recuerdo. El año pasado, estuve con mi esposa Silvana en un evento y estabámos en una mesa y la estábamos pasando bien. Y faltaba poco para que sirvieran la cena, que consistía en una entrada, un plato de fondo y un postre. Aparte que en la mesa había vino y whisky. Y en eso, aproveché para pararme e ir al baño, y había que salir del salón y le dije a mi esposa que si servían la entrada, que me separara mi plato. Luego de regresar del baño, fui caminando hacia mi mesa y en eso veo a mi esposa mirándome y matándose la risa, lo cual me sorprendió y cuando llegué a la mesa, veo que ya habían servido la entrada y mi esposa me dice: “El chef te debe odiar” y veo que el plato de la entrada estaba conformado por alcachofa, champignones y un par de aceitunas negras. Demás está decir que el plato se lo dí a mi esposa para que se lo comiera, porque ni muerto iba a comer eso.
3) Por último, algo francamente no soporto y me parece lo más detestable del mundo es la gente apestosa que sube a los micros o a las combis. Y en las últimas semanas con mi esposa hemos estado padeciendo estos hedores insoportables. Por Dios, esto es ya debería configurarse como un delito ecológico y penado con cárcel y encima, sin derecho a visitas. Y a veces, lo peor es que los micros paran con las ventanas cerradas y el concentrado de pezuña y sobaco es espantoso. Aunque una vez una amiga me dijo algo que se me quedó grabado, peor es el olor a “Sopepo”: SObaco, PEzuña y POto. A Dios gracias no me ha tocado padecer esa soberana pestilencia ambiental. Toco madera para que jamás me suceda eso. Pero en serio, esta semana con mi esposa hemos sufrido esos olores apestosos. Carajo, ¿qué les cuesta bañarse? ¿O acaso le han declarado la guerra al desodorante? Lo peor es cuando se paran a tu costado y levantan los brazos y juran que sus axilas tienen licencia para matar. En otra oportunidad, me acuerdo que subió un sujeto al micro y desde que puso un pie adentro, se sentía un olor a rabo descomunal, asesino ambiental. Provocaba hacer una colecta para que tome otro micro. Pero una vez cuando estaba en un micro, allá por la década del 90, había un cobrador que olía a pura axila. El tipo era una pestilencia andando. Y encima era un malcriado de primera y trataba mal a la gente con eso de “avance hacia el fondo”. Y una señora que estaba en la puerta no aguantó y le dijo: “No voy a avanzar al fondo, porque voy a bajar en unas cuantas cuadras. No seas maleducado. Y además, aunque sea échate desodorante porque apestas”. Todos en el micro soltamos la carcajada y el cobrador se quedó calladito y se puso rojo como un tomate por la vergüenza que le hicieron pasar. Se lo tenía bien merecido el cochino ese. Otra cosa que también detesto son los pedones, pero eso será objeto de otro post.